domingo, 1 de octubre de 2017

España tiene más de 500 años

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Cuando rebuscamos en el baúl de la historia algunas de las primeras referencias a nuestro país, Hispania, nos solemos encontrar con los De laude Spaniae escritos por San Isidoro en su obra De origine Gothorum, que data del año 624.
Son los más conocidos y, quizás, los más antiguos, pero no son los únicos, pues Alfonso X el Sabio en su Estoria de España de 1254, conocida en la edición de Menéndez Pidal como Primera Crónica General, ya escrita en romance, se repiten las laudes. Este es un breve apunte:

Porque desde que los godos anduvieron por las tierras de la una y de la otra parte con guerras y por batallas y conquistando muchos lugares en las provincias de Asia et de Europa, así probando muchas moradas en cada lugar y escogiendo entre todas las tierras la más provechosa lugar, encontraron que España era la mejor de todas, y lo apreciaron más que a ninguno de los otros, porque entre todas las tierras del mundo España posee un abundamiento y bondad más que ninguna otra (...) España sobre todas es ingeniosa, atrevida y muy esforzada en lid, ligera en afán, leal al señor, afincada en estudio, generosa en palabra, cumplida de todo bien; no hay tierra en el mundo que la semeje en abundancia, ni se iguale ninguna a ella en fortalezas et pocas ha en el mundo tan grandes como ella. España sobre todas es adelantada en grandeza y más que todas preciada por su lealtad.

     
     Esto va especialmente dirigido a todos aquellos que cuestionan la historia de nuestro país, sin leerla y perdiéndose el orgullo de pertenecer a un pueblo y a una tierra vieja y noble.


jueves, 14 de septiembre de 2017

Donde no llegó la Yihad en el siglo VIII


No, no es un disparate.
En el siglo VIII, huyendo de la presión musulmana, el monje Rodrigo de Coimbra se refugió en la cornisa cantábrica lucense, lo más al septentrión que pudo, y fundo allí varios monasterios mixtos de monjes y monjas. De uno de ellos, San Tirso, nos quedan las ruinas.
En una de nuestras exploraciones por el litoral de la Mariña, este verano nos topamos con este fascinante lugar. Está localizado entre el Porto de Morás y Portocelo y bien vale una paciente búsqueda por las carreterillas que bordean del mar.
Rodeado de acantilados al norte y al este, del resto le separaba una pequeña muralla con foso.

Quizás porque su aislamiento lo hiciera insostenible, lo cierto es que, en algún momento del tiempo, el monasterio dejó de existir y se transformó en ermita que ha subsistido hasta el siglo pasado.


Creo que estas fotos hablan por sí solas. Si vais por allí, afinar el oído pues es posible que, superpuesto al continuo murmullo de los acantilados, todavía escuchéis otro rumor: el de los ancestrales cánticos de los monjes. 





martes, 8 de agosto de 2017

Mi pueblo



Hoy, 10 de agosto de 2017, fiesta de San Lorenzo, es un buen día para escribir este apunte. 
Como dice Josep Pla en Un viaje frustrado, "cuesta mucho desprenderse de los prejuicios localistas". Pero en mi caso no quisiera caer en ese peligro, porque mi amor por San Lorenzo es un amor razonado, sin excesiva dosis de nostalgia.
Yo me confieso amante de mi pueblo. Y con orgullo me declaro gurriato, porque es el lugar de mis primeros años, el lugar donde recibí mis primeras lecciones y donde experimenté mis primeras sensaciones.
Los recuerdos de los paisajes de la infancia son casi imborrables. En realidad, son ilusiones. Luego se sucederán millones de paisajes, más atropellados, de los cuales unos irán empujando a otros y, al final, todos se van desvaneciendo. Sin embargo, los de la infancia están siempre ahí, imperecederos porque forman parte de nosotros mismos. Stefan Zweig, cuenta en El mundo de ayer, que

      Durante nuestra infancia, lo que hemos tomado de la atmósfera de la época y hemos incorporado a nuestra sangre, perdura ya en nosotros y no se puede eliminar.

Pero en mi caso particular, pongo en duda que yo sea acreedor de mérito alguno, viviendo donde he vivido y vivo. Por un lado, a través de mis ventanas penetran cada día el omnipresente cimborrio y las torres monasteriales, en constante mutación de luz y color, según la hora, el día o la estación del año. Por otro lado, tengo siempre cercanos el paisaje del bosque de La Herrería y del pinar de Abantos.
Y fueron mis mayores los que me inculcaran el amor por todo esto. Ya desde mi infancia, mi madrina Matil me contaba algunos entresijos del monasterio y mi padre me llevaba, jadeando, hasta el arca del Helechar y, en verano, a bañarme en la gélida charca de Los Llanillos. Ahora es cuando me doy cuenta de lo importante que son para mi los recuerdos de aquella infancia escurialense.
Después, empecé a bucear en la historia del monasterio y pronto descubrí algo que hoy es bien conocido: Felipe II no era el tan cacareado “demonio del Mediodía” ni había asesinado a su propio hijo, sino que fue humano, familiar y hasta un buen humanista y un gran amante de la cultura y de la naturaleza. Y yo, poco a poco, fui apasionándome por la rica y fascinante simbología encerrada entre los muros escurialenses.
Historia y paisaje, esas han sido y siguen siendo mis dos primeras inclinaciones. La historia, que es, ante todo, rigor, y el paisaje que es el deleite ante la belleza.
Y por todo esto, que es mucho, estaré siempre agradecido a este pueblo de San Lorenzo de El Escorial.

sábado, 15 de julio de 2017

Nacionalismo



Empiezo por decir que siempre he sido precavido ante la sospecha de que el nacionalismo puede convertirse fácilmente en exclusivista y peligroso cuando se traspasan ciertos confines, quizás algo desdibujados, pues desde el saludable amor a nuestras raíces, costumbres y folclore, uno se puede deslizar inadvertidamente hasta el fanatismo ciego de no creer que haya otros mundos fuera del nuestro.
Hace ya muchos años que Stefan Zweig escribía en su Castellio contra Calvino que el nacionalismo es una peste y esto puede sonar duro pero, ahora, desgraciadamente, la lectura de las páginas de actualidad política, nos están convenciendo de que el escritor vienés tenía toda la razón y las dos guerras mundiales lo demostraron hasta la saciedad. Pienso que el prólogo de la citada obra debería ser de lectura obligada para todos los políticos actuales.
Cuando la clase política dominante, desbordada por su ansia de poder inmediato, deja de argumentar con objetividad y, sobre todo, no mira a un futuro más o menos próximo, quizás el de sus hijos o el de sus nietos, entonces es cuando se ve la cara pestilente de un nacionalismo montaraz. Es cuando se cierran los ojos ante las fracturas que se están generando en la sociedad catalana y, por extensión, en la española restante. Y si esa separación brutal y antinatural culminara, entonces las grietas y los recelos inevitablemente se multiplicarían. Eso sin mencionar las consecuencias económicas que todos padeceríamos.
Porque de economía también hay que hablar, pues se intuye que este separatismo feroz viene impulsado en sus orígenes por la idea de que el hermano rico no tiene porqué mantener y soportar al hermano pobre. Ese es, probablemente, el fondo de la cuestión. Las supuestas características diferenciales y culturales, por rebuscadas, no pasan de ser escusas complementarias. 
También echo de menos a algún político de talla intelectual que vaya a Cataluña y les explique a los catalanes que los queremos dentro de España, que históricamente llevamos mucho recorrido juntos y que, incluso, los necesitamos. Pero no veo, por ahora, nadie que pueda tener ese nivel, esa generosidad y esa amplitud de miras.
Vivimos, inequívocamente, tiempos de cooperación, unión y agrupación, no solo ya en España sino en Europa, porque por ahí fuera hay muchos depredadores que están esperando devorar a los pequeños, uno a uno. 
Citamos, nuevamente, a Sweig, sin discusión, uno de los apóstoles significados en la lucha contra la intolerancia, el fanatismo y los nacionalismos. En 1942, afirmaba en su autobiografía El mundo de ayer:
¡Qué absurdas aquellas fronteras cuando un avión las puede superar fácilmente! ¡Qué contradicción con el espíritu de los tiempos que ansía a ojos vistas unión y fraternidad universales!
Aunque algunos puedan pensar que estas llamadas llegan tarde, algo habrá que hacer antes de que se produzca el descalabro, y ello sería bueno, venga de donde venga.

Carta al Director de La Vanguardia, 15/7/17

sábado, 1 de julio de 2017

El Duomo de Siracusa


En Sicilia es normal que el viajero se vea desbordado ante la continua presencia de tantos testimonios culturales, tan cercanos y agrupados, de tal suerte que en esa corta superficie de tierra mediterránea podemos admirar un muestrario de las esencias de la civilización occidental. Y tal concentración puede generar una cierta saturación que nos despiste y que nos llegue a confundir; por eso, tras una estancia siciliana, hay que reposar y releer para sedimentar lo visto y situarlo en su justo posicionamiento.
Ese es nuestro caso, y ahora, pasados unos días, recordamos y recuperamos el verdadero sentido de alguno de los lugares visitados, como, por ejemplo, el Duomo de Siracusa. 
En el centro neurálgico de Ortigia, la pequeña isla de no más de 1 km2, separada por dos puentes del resto de la ciudad. Nos parece casi un milagro que, en tan poco espacio, se pueda condensar un pasado tan intenso. Porque si la historia de Sicilia ha sido apretada y rica como pocas, que decir de la de Siracusa por la que han pasado todas las culturas y civilizaciones mediterráneas que, como bien sabemos, han sido muchas y con notables vitalidades creativas.


Ortigia nos ofrece sorpresa tras sorpresa cuando el visitante deambula por sus estrechas callejuelas por las que aparecen y desaparecen una sucesión de palacetes e iglesias barrocas. Y la mayor estupefacción llega en la plaza central del Duomo, con edificios recién restaurados cuyo color calizo rabioso nos entra por todos los lados. Y entre todos, destacando, la fachada principal de la catedral, igualmente barroca y elegantemente restaurada tras un terremoto. Porque en tierras sicilianas se puede llegar a la saturación de barroco, algunas veces cargante y renegrido hasta el punto de convertirse en decadente.
Ahora bien, todavía nos aguarda otra admiración mayor, cuando entramos en la nave central de las tres que componen el gran templo catedralicio. Tras el barroquismo exterior, por dentro esperábamos encontrarnos más de lo mismo. Sin embargo, ahora vemos un cambio radical de escenario; excepto en el ábside, lo barroco deja paso a la sobriedad impuesta por unas severas arcadas sostenidas por sólidos pilares, detrás de las cuales, en las naves laterales, destacan los impresionantes fustes acanalados dóricos de una anterior templo griego de Atenea sobre el que se levantó el edificio cristiano.


Tras las reconstrucciones de dos terremotos en 1542 y 1693, se rehízo el templo cristiano, yo diría que bajo la protección de la estructura pagana que se mantuvo en pie desde el siglo V aC. Magnífica lección de respeto hacia la precedente historia pagana, durante tantos años enfrentada al naciente cristianismo. Prevaleció la inteligencia y así han llegado hasta nuestros días ambas: la columnas del templo de una divinidad griega que sostiene y envuelve al templo cristiano. Solo los agentes naturales intentaron su destrucción, pero inteligentes arquitectos encontraron la fórmula de la convivencia que ha hecho posible que ambas edificaciones lleguen en pie hasta nuestros días. Una, la más vetusta, envolviendo y protegiendo a la cristiana.



Estamos seguros de que tanto la diosa Atenea como el Dios cristiano estarán complacidos al comprobar cómo, al menos en esta ocasión, los humanos hemos sido capaces de hallar las vías de entendimiento liberador y enriquecedor.   

domingo, 25 de junio de 2017

Capilla Palatina en Palermo


Para un buen viaje, nada mejor que una buena guía, y si el viaje se proyecta a Sicilia, entonces la guía pasa de ser un elemento recomendable a uno imprescindible, y esto lo afirmamos porque Sicilia es, ante todo, una isla intensa, es un trozo de la Italia más profunda, donde el paso de culturas colonizadoras ha dejado tantos testigos que, hoy, todos ellos se aglomeran, entremezclan y hasta se confunden: fenicios, cartagineses, griegos, romanos, bizantinos, árabes, normandos, aragoneses, españoles, los Borbones de Nápoles, Saboya y Austria y, finalmente, las tropas de Garibaldi. Todos pasaron por la antigua Trinacria de los griegos, nombre que aludía a su forma triangular, feraz tierra que, amada y deseada por todos, siempre fue colonizada pero nunca doblegada y que ha conseguido mantener sus esencias tras veinticinco siglos de sucesivas oleadas de amantes, unas veces respetuosos, otras avasalladores y las mas ambiciosos que pretendían la riqueza de sus cereales, el goce de su clima y su posesión estratégica en el centro del mundo mediterráneo, que era casi todo el mundo.
Una amiga nuestra nos dejó una guía escrita por un gallego, Miguel Reyero, que tras dieciocho años de continuas visitas y lecturas sicilianas, se ha empapado de la isla y lo sabe transmitir con una prosa ágil y directa. Y el nos cuenta como hubo un momento mágico en la densa historia siciliana, el de la etapa entre 1060 y 1194, cuando arribaron a las costas sicilianas un escaso contingente de mercenarios normandos acaudillados por un tal Roger “el atrevido”. Y aquí viene el milagro, este Roger cristianizó la isla pero integrando a musulmanes, bizantinos, griegos y latinos mediante un parlamento donde todos tenían su sitio; escuchó sus demandas, repartió poderes y el milagro surgió rozando la quimera de un paraíso incrustado en pleno medievo.


Y en ese paraíso surgió el arte normando o arabo-normando, que sumaba elementos y no excluía nada y en un éxtasis de eclecticismo brotó una joya refulgente: la pequeña capilla Palatina de Palermo. Pocas veces nos hemos sentido tan desconcertados como, cuando tras cruzar el umbral de una discreta puerta, nos hemos visto inmersos en una especie de joyero en el que destellan millones de teselas bizantinas repartidas por cúpulas, ábside, arcadas y muros, que representan escenas del Antiguo y del  Nuevo Testamento. Por debajo de los mosaicos, un zócalo de mármol con incrustaciones de pórfido de temática árabe, lo mismo que el pavimento. Y por encima el fascinante artesonado con mocárabes, quizás con inspiraciones persas. Leemos en nuestra guía que en las cenefas hay inscripciones en árabe que hablan del amor al prójimo, de la felicidad, del respeto, del poder y de la prosperidad.


Y así llegamos al sumun de la luminosidad en el ábside, con figuras y escenas bíblicas presididas por la protectora mirada del Pantocrator omnipresente. Es, desde luego, lugar para el sobrecogimiento, pero también para la oración sincera, si no fuera por las oleadas de turistas atónitos que se suceden ininterrumpidamente. 


Los humanos siempre han buscado la Verdad, con mayúsculas, pero con frecuencia se han contentado con verdades, con minúsculas. Las culturas y, sobre todo, las religiones, no siempre han estado para edificar y confluir sino para destruir y disgregar, por eso la pequeña capilla Palatina de Palermo nos enseña un edificante modelo que ha resistido veinte siglos de guerras, terremotos y vandalismos. Es un modelo de convivencia entre culturas, de ecumenismo y, en definitiva, de entendimiento.
Por todo esto, en nuestra guía se califica a esta capilla Palatina como una de las mayores emociones artísticas que se pueden ofrecer a un atento viajero, no solo en Sicilia sino en toda Europa. Y creo que tiene razón.



domingo, 11 de junio de 2017

José Luis Rodríguez, un artista que sueña lo que pinta


Nuestro amigo José Luis no es un pintor cualquiera, es un hombre que siente su obra y que la vive en cada momento como lo que es, parte de su propia vida. Ahora va a exponer en la Casa de Cultura sobre su visión de Castilla. Y ha escrito unos bellos pensamientos sobre la tierra castellana, que terminan así:

                                          José Luis Rodriguez


viernes, 12 de mayo de 2017

Miguel Servet y Ginebra


El calvinismo no fue sino la radicalización de la reforma protestante. Visto dentro del contexto de su momento histórico, siglo XVI, en el que política y religión formaban un todo inseparable, Juan Calvino, ávido de personalismo, alumbró una nueva tendencia religiosa, una diferente ética cristiana que, con el paso del tiempo, llegó a ser el fundamento de las sociedades capitalistas de buena parte de Europa y Norteamérica. Y así se concibió la sede de ese movimiento, Ginebra, como una “ciudad-iglesia” donde los predestinados serían aquellos que acumulasen bienes y riquezas materiales, mientras que los desheredados de la fortuna quedarían relegados a los ojos de Dios. Se buscaron interpretaciones de determinados textos bíblicos en los que basar esta nueva concepción ética y moral, aunque yo pienso que la simple y directa lectura del Nuevo Testamento, sin rebuscamientos ni retrueques, no admite dudas en el sentido justamente contrario.
Y creo que fueron el personalismo y la ambición los que, prioritariamente, impulsaron a Calvino para distanciarse de Lutero.
No me gusta la Teología por cuanto, desde mi alcance de profano, me parece que suele incurrir en el vicio de perderse en disputas estériles; prefiero la Filosofía moral y ética que también conduce a Dios por caminos más directos y asequibles. Pero las rivalidades en que cayeron todas las fracciones religiosas del siglo XVI y, en general, las de toda la historia de las religiones, no fueron mucho más allá de diferentes interpretaciones de la Biblia y, eso sí, con mucho afán de individualismo en cada caso. Lo malo del asunto es que tantas innumerables disputas costaron muchas vidas.
Aquella radicalización religiosa de la “ciudad-iglesia” ginebrina condujo a que, pocos años después, se dieran muchos destierros de disidentes y hasta 56 ejecuciones, una de las cuales fue la de nuestro Miguel Servet, médico investigador, erudito renacentista y valiente y lúcido teólogo que se opuso a Calvino, quien propicio y permitió su quema en la hoguera tan sólo por oponerse a sus predicaciones teológicas.
Al regresar de una corta estancia en Ginebra, un amigo me manda la foto de un monolito expiatorio, probablemente localizado cerca de la colina de Champel donde fue ajusticiado el sabio aragonés el 27 de octubre de 1553. La leyenda dice así:

HIJOS RESPETUOSOS Y AGRADECIDOS DE CALVINO,
NUESTRO GRAN REFORMADOR
PERO CONDENANDO UN ERROR QUE FUE DE SU SIGLO,
Y FIRMEMENTE COMPROMETIDOS
CON LA LIBERTAD DE CONCIENCIA
SEGÚN LOS VERDADEROS PRINCIPIOS DE
LA REFORMA Y EL EVANGELIO,
HEMOS ERIGIDO ESTE MONUMENTO EXPIATORIO
27 OCTUBRE DE 1903


Por una parte siempre es bien recibida la noble aptitud de reconocer errores históricos, y en España deberíamos tomar buen ejemplo de ello. Pero no deja de parecernos una hipocresía, tratar de camuflar el vergonzoso hecho suavizándolo como “error de su siglo”, porque, en nuestro entendimiento, en aquellos tiempos unos mataban y otros morían, o sea, como siempre.
En 1936 Stefan Zweig escribió un libro bajo el título Castellio contra Calvino; Castellio era un clérigo protestante que había intentado publicar un trabajo a favor de la libertad de pensamiento y contra el fanatismo de Calvino, y en su boca, el autor pone la siguiente frase:

"Matar a un hombre no será nunca defender una doctrina, será siempre matar a un hombre."
Miguel Servet

martes, 18 de abril de 2017

Francisca Sánchez

Las historias bonitas que pasan por nuestras vidas, no se si serán muchas, pero sean las que sean hay que atraparlas y disfrutarlas. Y, quizás con su ayuda, mejorar el balance de ese pulso interior, ese forcejeo que todos sostenemos entre delicadeza y barbarie.
Hace ya años frecuentábamos durante las estancias veraniegas una pequeña aldea de Gredos llamada San Martín del Pimpollar. Un día, uno de los vecinos me dijo que, en otra aldea cercana, de nombre Navalsauz, vivían todavía algunos descendientes de un cierto afamado poeta. Me acerqué al lugar pero no obtuve ninguna información, así que pensé que había sido blanco de una pequeña chanza.
Pues bien, ahora después de mucho tiempo, veo una conmovedora película La princesa Paca y en ella se relata como una mujer natural de aquel pueblo, de nombre Francisca Sánchez, se convirtió en el amor de la vida, en la compañera inseparable de Rubén Dario y con ella tuvo tres hijos, uno de los cuales volvió por Navalsauz. 
A pesar de que procedían de estratos sociales muy distantes, él la enseño a leer y ella fue su compañera inseparable. Esta es, sin duda, una historia bonita y por ello la he atrapado y os la cuento.
Este fue el último poema que Rubén Darío dedicó a Francisca: 

          Ajena al dolo y al sentir artero, 
          llena de la ilusión que da la fe,
          lazarillo de Dios en mi sendero,
          Francisca Sánchez, acompáñame...

          En mi pensar de duelo y de martirio
          casi inconsciente me pusiste miel,
          multiplicaste pétalos de lirio
          y refrescaste la hoja de laurel.

jueves, 6 de abril de 2017

Cafetín Croché


Dicen que a los amigos hay que cuidarlos día a día; yo, por Mari Cruz y Manolo poco puedo hacer. Tan solo esta pequeña muestra de agradecimiento por sus muchas atenciones.

sábado, 11 de febrero de 2017

Santa María de Moreruela (Zamora)

Lo que siempre permanece.
Nada hay más hermoso que las ruinas de un templo hermoso.




Llevado de ese insaciable apetito por conocer lugares nuevos, de repente, como por arte de magia, estábamos frente a las ruinas del monasterio cisterciense de Santa María de Moreruela, en plena Tierra de Campos.
Cenobio del siglo XII, caos de vestigios arquitectónicos donde todavía se alza enhiesto el ábside que, visto desde fuera, presenta tres pisos, el inferior con siete capillas alojadas en sus correspondientes absidiolos. Prototipo de arquitectura cisterciense donde predomina la austeridad y la sencillez, con escasas concesiones ornamentales que no sean las de algún que otro capitel, ménsulas o arquivoltas, que andan por el suelo esparcidos. Reina la sobriedad que se funde con la naturaleza que la envuelve.
También pasó por aquí el torbellino de la Desamortización en 1835. Lo que hoy queda son sillares que resisten empecinadamente contra la lluvia, la cellisca, el hielo de los amaneceres zamoranos y, tal vez, el más indomable de todos los enemigos: el paso del tiempo. Porque estas insignes piedras llevan aguantando el olvido cuestión de siglos y, a lo que parece, no sé qué misterioso escudo las protege, puesto que aún se muestran altivas. ¿Será que están todavía protegidas por una capa del misticismo impregnada al cabo de los siglos de fervor cisterciense?
Porque aquí, entre los zarzales que trepan por lo que fue claustro de silencios, entre las higueras que se retuercen en el antiguo huerto y sobre las basas de columnas que denuncian la ausencia de fustes, deben flotar todavía  espíritus protectores que cuidan de estas doloridas ruinas. ¿Qué fuerza sostiene todavía en pie a este orgulloso ábside? Insondable misterio, difícil de desvelar.


La iglesia con su ábside y el claustro del que solo quedan ya las losas desgastadas, se nos ofrecen ahora arropados por los cantos de los pájaros, las lagartijas regateando por los muros y las hierbas silvestres campando a su aire, mientras en las alturas de los viejos olmos y chopos se cobijan las garzas reales y en lo alto de la espadaña mantienen orgullosas sus nidos las cigüeñas. Es como si la naturaleza, consciente de la ingratitud del olvido, acudiera prestamente a cuidar de lo imperturbable, de todo aquello que, probablemente, ya no se derrumbará nunca.
En pocos lugares he palpado tan intensamente esta comunión entre naturaleza e historia, que aquí se tienden la mano, en medio de un penetrante silencio.
Y, ¡cómo no!, por aquí también pasó en su constante peregrinaje Miguel de Unamuno, en un Domingo de Resurrección, allá por 1911. Y aquí, inspirado por las piedras de este viejo monacato, reflexionó sobre cosas trascendentes, confesándonos su ya inveterada pasión por la quietud y la calma: solamente en el agua estancada pueden brotar las flores, escribía, probablemente pensando en aquellos monjes cistercienses que, entre estos muros quietos, muy quietos, dialogaban con Dios.
Y también aquí, quizás a la intemperie y en la desolación, pero con su proverbial templanza, don Miguel debió escuchar la voz de su Dios inasible cuando clamaba en su verso: Si me buscas es porque me encontraste.
Cuando nos marchábamos declinaba el sol; estábamos detrás del ábside que jugaba al contraluz con los arreboles vespertinos, filtrándose a través de los ventanales, mostrando vivo todavía el último resplandor crepuscular. 
Y a este seguirán muchos otros resplandores crepusculares. Y es que aquí, en Moreruela, es verdad que la eternidad se ha hecho dueña y señora del lugar y desafía al paso del tiempo.

(De mi libro Vivencias)


lunes, 2 de enero de 2017

Carta a los Magos de Oriente


Mis muy queridos Reyes Magos:                                                  

A estas alturas, a escribiros esta carta solo me puede empujar el amor que os profeso, quizás algo irracional, que tiene mucho de gratitud, de reconocimiento mezclado con nostalgia y cuyo origen no puede ser otro que el recuerdo de aquellos años de infancia en los que esperaba vuestra llegada con la nariz pegada al cristal de la ventana por donde mi madre me aseguraba que apareceríais con vuestro preciado cargamento.
Era aquel el único día del año que se me permitía entrar en la cama de mis padres para disfrutar allí de todo el arsenal de ilusiones que, vosotros, con vuestra probada generosidad, depositabais en el balcón de mi casa madrileña. Balcón, que a mí se me antojaba demasiado estrecho para alojar tanta felicidad.
Aquello fue el arranque de una vida feliz. Sí, la felicidad es un inestimable tesoro que llega a ser una necesidad perentoria, aunque haya quien sostiene que solo la logran los imbéciles. Dicen que en sus últimos años, Borges se lamentaba de que su mayor pecado había consistido en no haber sido feliz. Y fuisteis vosotros, mis queridos Magos, los que, bien temprano, me enseñasteis el camino hacia esa felicidad, el camino de lo sencillo, porque me mostrasteis que, con poco, se puede lograr mucho.
Por señalarme entonces esa gran verdad, os quiero y os seguiré queriendo por siempre. Y por eso os seguiré siendo fiel, aunque ahora os hayan surgido algunos competidores, esos gordezuelos de sonrisa insípida y trajes horteras de colores chillones que aseguran llegar por aquí montados en trineos. O aquellos otros que se descuelgan por las chimeneas sin apenas mancharse sus trajes impolutos. ¿Quién puede creerse semejantes patrañas?
Tan solo una reivindicación quisiera manifestaros. Observo que después de tantos años repartiendo regalos, veo a mi alrededor que hay ahora, todavía, muchos niños que se quedan sin nada, que no tienen ni siquiera la oportunidad de aquel destartalado tren de hojalata de marca Payá, fabricado en Alicante, que a mi me absorbió durante tantas tardes a la salida del colegio.
Gracias por todo, queridos Magos. Este año os pediré, de nuevo, un trencito de hojalata, algo que me renueve la ilusión para los siguientes 365 días y, como de costumbre, os esperaré con la nariz pegada a la ventana como cada Navidad.
Ah… y os lo pediré para todos los niños del mundo.

Siempre vuestro.