Mis muy queridos Reyes Magos:
A estas alturas, a escribiros esta carta solo me puede empujar el amor que os profeso, quizás algo
irracional, que tiene mucho de gratitud, de reconocimiento mezclado con
nostalgia y cuyo origen no puede ser otro que el recuerdo de aquellos años de infancia en
los que esperaba vuestra llegada con la nariz pegada al cristal de la ventana
por donde mi madre me aseguraba que apareceríais con vuestro preciado
cargamento.
Era aquel el único día del año
que se me permitía entrar en la cama de mis padres para disfrutar allí de todo el arsenal de
ilusiones que, vosotros, con vuestra probada generosidad, depositabais en el balcón de mi casa madrileña. Balcón, que a mí se me antojaba
demasiado estrecho para alojar
tanta felicidad.
Aquello fue el arranque de una
vida feliz. Sí, la felicidad es un inestimable tesoro que llega a ser una necesidad perentoria, aunque haya quien sostiene que solo la logran los
imbéciles. Dicen que en sus últimos años,
Borges se lamentaba de que su mayor pecado había consistido en no haber sido feliz. Y fuisteis vosotros, mis queridos
Magos, los que, bien temprano, me enseñasteis el camino hacia esa felicidad, el camino de lo sencillo, porque me mostrasteis que, con poco, se puede lograr
mucho.
Por señalarme entonces esa gran verdad, os quiero y os seguiré queriendo por siempre. Y por eso os seguiré
siendo fiel, aunque ahora os hayan surgido algunos competidores, esos
gordezuelos de sonrisa insípida y trajes horteras de colores chillones que
aseguran llegar por aquí montados en trineos. O aquellos otros que se
descuelgan por las chimeneas sin apenas mancharse sus trajes impolutos. ¿Quién puede
creerse semejantes patrañas?
Tan solo una reivindicación
quisiera manifestaros. Observo que después de tantos años repartiendo regalos, veo a mi alrededor que hay ahora, todavía, muchos niños que se
quedan sin nada, que no tienen ni siquiera la oportunidad de aquel destartalado
tren de hojalata de marca Payá, fabricado en Alicante, que a mi me absorbió durante tantas tardes a la salida del
colegio.
Gracias por todo, queridos Magos.
Este año os pediré, de nuevo, un trencito de hojalata, algo que me renueve la
ilusión para los siguientes 365 días y, como de costumbre, os esperaré con la nariz
pegada a la ventana como cada Navidad.
Ah… y os lo pediré para todos los
niños del mundo.
Siempre vuestro.
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