lunes, 2 de enero de 2017

Carta a los Magos de Oriente


Mis muy queridos Reyes Magos:                                                  

A estas alturas, a escribiros esta carta solo me puede empujar el amor que os profeso, quizás algo irracional, que tiene mucho de gratitud, de reconocimiento mezclado con nostalgia y cuyo origen no puede ser otro que el recuerdo de aquellos años de infancia en los que esperaba vuestra llegada con la nariz pegada al cristal de la ventana por donde mi madre me aseguraba que apareceríais con vuestro preciado cargamento.
Era aquel el único día del año que se me permitía entrar en la cama de mis padres para disfrutar allí de todo el arsenal de ilusiones que, vosotros, con vuestra probada generosidad, depositabais en el balcón de mi casa madrileña. Balcón, que a mí se me antojaba demasiado estrecho para alojar tanta felicidad.
Aquello fue el arranque de una vida feliz. Sí, la felicidad es un inestimable tesoro que llega a ser una necesidad perentoria, aunque haya quien sostiene que solo la logran los imbéciles. Dicen que en sus últimos años, Borges se lamentaba de que su mayor pecado había consistido en no haber sido feliz. Y fuisteis vosotros, mis queridos Magos, los que, bien temprano, me enseñasteis el camino hacia esa felicidad, el camino de lo sencillo, porque me mostrasteis que, con poco, se puede lograr mucho.
Por señalarme entonces esa gran verdad, os quiero y os seguiré queriendo por siempre. Y por eso os seguiré siendo fiel, aunque ahora os hayan surgido algunos competidores, esos gordezuelos de sonrisa insípida y trajes horteras de colores chillones que aseguran llegar por aquí montados en trineos. O aquellos otros que se descuelgan por las chimeneas sin apenas mancharse sus trajes impolutos. ¿Quién puede creerse semejantes patrañas?
Tan solo una reivindicación quisiera manifestaros. Observo que después de tantos años repartiendo regalos, veo a mi alrededor que hay ahora, todavía, muchos niños que se quedan sin nada, que no tienen ni siquiera la oportunidad de aquel destartalado tren de hojalata de marca Payá, fabricado en Alicante, que a mi me absorbió durante tantas tardes a la salida del colegio.
Gracias por todo, queridos Magos. Este año os pediré, de nuevo, un trencito de hojalata, algo que me renueve la ilusión para los siguientes 365 días y, como de costumbre, os esperaré con la nariz pegada a la ventana como cada Navidad.
Ah… y os lo pediré para todos los niños del mundo.

Siempre vuestro.

         

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