Lo que siempre permanece.
Nada hay más
hermoso que las ruinas de un templo hermoso.
Llevado de ese insaciable apetito por conocer lugares nuevos, de repente, como por arte de magia, estábamos frente a las ruinas del monasterio cisterciense de Santa María de Moreruela, en plena Tierra de Campos.
Cenobio del
siglo XII, caos de vestigios arquitectónicos donde todavía se alza enhiesto el
ábside que, visto desde fuera, presenta tres pisos, el inferior con siete
capillas alojadas en sus correspondientes absidiolos. Prototipo de arquitectura
cisterciense donde predomina la austeridad y la sencillez, con escasas
concesiones ornamentales que no sean las de algún que otro capitel, ménsulas o
arquivoltas, que andan por el suelo esparcidos. Reina la sobriedad que se funde
con la naturaleza que la envuelve.
También pasó
por aquí el torbellino de la Desamortización en 1835. Lo que hoy
queda son sillares que resisten empecinadamente contra la lluvia, la cellisca,
el hielo de los amaneceres zamoranos y, tal vez, el más indomable de todos los
enemigos: el paso del tiempo. Porque estas insignes piedras llevan aguantando
el olvido cuestión de siglos y, a lo que parece, no sé qué misterioso escudo
las protege, puesto que aún se muestran altivas. ¿Será que están todavía protegidas
por una capa del misticismo impregnada al cabo de los siglos de fervor cisterciense?
Porque aquí,
entre los zarzales que trepan por lo que fue claustro de silencios, entre las
higueras que se retuercen en el antiguo huerto y sobre las basas de columnas
que denuncian la ausencia de fustes, deben flotar todavía espíritus protectores que cuidan de estas
doloridas ruinas. ¿Qué fuerza sostiene todavía en pie a este orgulloso ábside?
Insondable misterio, difícil de desvelar.
La iglesia
con su ábside y el claustro del que solo quedan ya las losas desgastadas, se nos
ofrecen ahora arropados por los cantos de los pájaros, las lagartijas regateando
por los muros y las hierbas silvestres campando a su aire, mientras en las
alturas de los viejos olmos y chopos se cobijan las garzas reales y en lo alto de
la espadaña mantienen orgullosas sus nidos las cigüeñas. Es como si la naturaleza,
consciente de la ingratitud del olvido, acudiera prestamente a cuidar de lo imperturbable,
de todo aquello que, probablemente, ya no se derrumbará nunca.
En pocos
lugares he palpado tan intensamente esta comunión entre naturaleza e historia,
que aquí se tienden la mano, en medio de un penetrante silencio.
Y, ¡cómo no!, por aquí también pasó en su constante peregrinaje Miguel de Unamuno, en un Domingo de Resurrección, allá por 1911. Y aquí, inspirado por las piedras de este viejo monacato, reflexionó sobre cosas trascendentes, confesándonos su ya inveterada pasión por la quietud y la calma: solamente en el agua estancada pueden brotar las flores, escribía, probablemente pensando en aquellos monjes cistercienses que, entre estos muros quietos, muy quietos, dialogaban con Dios.
Y, ¡cómo no!, por aquí también pasó en su constante peregrinaje Miguel de Unamuno, en un Domingo de Resurrección, allá por 1911. Y aquí, inspirado por las piedras de este viejo monacato, reflexionó sobre cosas trascendentes, confesándonos su ya inveterada pasión por la quietud y la calma: solamente en el agua estancada pueden brotar las flores, escribía, probablemente pensando en aquellos monjes cistercienses que, entre estos muros quietos, muy quietos, dialogaban con Dios.
Y también
aquí, quizás a la intemperie y en la desolación, pero con su proverbial
templanza, don Miguel debió escuchar la voz de su Dios inasible cuando clamaba
en su verso: Si me buscas es porque me encontraste.
Cuando nos
marchábamos declinaba el sol; estábamos detrás del ábside que jugaba al
contraluz con los arreboles vespertinos, filtrándose a través de los
ventanales, mostrando vivo todavía el último resplandor crepuscular.
Y a este seguirán
muchos otros resplandores crepusculares. Y es que aquí, en Moreruela, es verdad
que la eternidad se ha hecho dueña y señora del lugar y desafía al paso del
tiempo.
(De mi libro Vivencias)
No hay comentarios:
Publicar un comentario