martes, 22 de mayo de 2018

Hastío



El detonante para que esta carta se escribiera a primeros de julio fue un chiste del  añorado Forges. Luego la envié a El País y después la he ido he ido puliendo.
Lo que sigue son solo algunas reflexiones personales, producto del hastío que en mí producen desde hace ya tiempo las reiteradas manifestaciones de los arrogantes independentistas catalanes. Hastío que, al cabo de años, se ha convertido en repugnancia, tan solo compensada por el afecto que tengo a los mas de tres millones de catalanes que quieren seguir siendo españoles.
Yo, personalmente, en esta historia tan sólo veo el mercantilismo del hermano rico que ya no quiere compartir mesa con el hermano pobre. Creo que esto comenzó cuando el “honorable” Pujol declaró que el resto de los españoles éramos unos “paletos”. Sí, probablemente, desde el punto de vista económico, puede que seamos más pobres, pero eso no es todo en la vida, porque la historia es la historia y lo cierto es que llevamos 500 años juntos, en los que España ya incluía Aragón que, a su vez, incluía a Cataluña. No falsear la historia es la cabecera de cualquier mínimo código etico.
Y hablando de economía, pienso que en la actualidad pretender pasar de cola de ratón a cabeza de león puede ser, sencillamente, una temeridad, cuando hay varios leones más gordos que están esperando a devorarnos a todos. A los políticos cortoplacistas les diría que deben explicar a la ciudadanía en primer lugar, cómo van a organizar esa utópica y pluscuamperfecta república catalana, cosa que hasta ahora no han hecho, quizás porque lo ignoran o quizás para no levantar el desaliento entre sus enfebrecidos votantes.
Si a los Puigdemont y Cia os molesta verdaderamente compartir con el resto de los españoles vuestra riqueza material y cultural, que nadie os discute, por favor hacerlo con elegancia, sin hipocresía, sin engaños, sin querer cambiar de un plumazo la historia que nos ha traído juntos hasta aquí. Sin ocultamientos maniobreros y sin alterar las reglas de juego que todos votamos y aceptamos. Es decir, con un mínimo de decencia y respeto, exento de fanatismo irresponsable. 
A toda la clase política hay que exigirle, entre otras cosas, saber prever y adelantarse a los acontecimientos. Pues bien, alguien ha pensado en el infierno que se abriría al dia siguiente de esa hipotética separación? En los revanchismos, luchas fraternales, recelos y enemistades que brotarían como hongos en un bosque otoñal.
Aquí, durante años, se lleva sembrando el odio y fomentando las diferencias identitárias.¿Hay alguien que haya visto por las calles o pueblos del resto de España algún visitante catalán en los últimos años? Pocos o ninguno. Eso puede obedecer tan solo, creo yo, a que se hayan dado algunas sugerencias colectivas para que no se visite a los hermanos "paletos" y "ladrones" . La opinión, como siempre, la tiene el lector. 
Eso se llama forzar distanciamientos con malas artes, con torticeros medios promovidos sibilinamente por las instancias políticas. Esta es la realidad a la que tenemos que enfrentarnos por culpa de los sucesivos gobiernos separatistas y las indiferencias y errores que hayan podido cometer los respectivos gobiernos centrales. 
Los vociferantes despliegan sus senyeras, ante las sonrisas complacidas del gobierno de la Generalidad, por cierto extraña mezcolanza de conservadores, izquierdistas y ácratas. Sonríen complacientes sin escuchar las voces calladas de los catalanes que no asisten las manifestaciones. Ellos, que  han sido eficaces en propiciar la discordia, no se si podrán juntar los trozos del jarrón quebrado, antes de evitar el descalabro.
Porque de seguir por este camino, iremos al descalabro y me aburriréis cada día un poco más y cada día estaré un poco más orgulloso de que me llaméis españolista.