viernes, 12 de mayo de 2017

Miguel Servet y Ginebra


El calvinismo no fue sino la radicalización de la reforma protestante. Visto dentro del contexto de su momento histórico, siglo XVI, en el que política y religión formaban un todo inseparable, Juan Calvino, ávido de personalismo, alumbró una nueva tendencia religiosa, una diferente ética cristiana que, con el paso del tiempo, llegó a ser el fundamento de las sociedades capitalistas de buena parte de Europa y Norteamérica. Y así se concibió la sede de ese movimiento, Ginebra, como una “ciudad-iglesia” donde los predestinados serían aquellos que acumulasen bienes y riquezas materiales, mientras que los desheredados de la fortuna quedarían relegados a los ojos de Dios. Se buscaron interpretaciones de determinados textos bíblicos en los que basar esta nueva concepción ética y moral, aunque yo pienso que la simple y directa lectura del Nuevo Testamento, sin rebuscamientos ni retrueques, no admite dudas en el sentido justamente contrario.
Y creo que fueron el personalismo y la ambición los que, prioritariamente, impulsaron a Calvino para distanciarse de Lutero.
No me gusta la Teología por cuanto, desde mi alcance de profano, me parece que suele incurrir en el vicio de perderse en disputas estériles; prefiero la Filosofía moral y ética que también conduce a Dios por caminos más directos y asequibles. Pero las rivalidades en que cayeron todas las fracciones religiosas del siglo XVI y, en general, las de toda la historia de las religiones, no fueron mucho más allá de diferentes interpretaciones de la Biblia y, eso sí, con mucho afán de individualismo en cada caso. Lo malo del asunto es que tantas innumerables disputas costaron muchas vidas.
Aquella radicalización religiosa de la “ciudad-iglesia” ginebrina condujo a que, pocos años después, se dieran muchos destierros de disidentes y hasta 56 ejecuciones, una de las cuales fue la de nuestro Miguel Servet, médico investigador, erudito renacentista y valiente y lúcido teólogo que se opuso a Calvino, quien propicio y permitió su quema en la hoguera tan sólo por oponerse a sus predicaciones teológicas.
Al regresar de una corta estancia en Ginebra, un amigo me manda la foto de un monolito expiatorio, probablemente localizado cerca de la colina de Champel donde fue ajusticiado el sabio aragonés el 27 de octubre de 1553. La leyenda dice así:

HIJOS RESPETUOSOS Y AGRADECIDOS DE CALVINO,
NUESTRO GRAN REFORMADOR
PERO CONDENANDO UN ERROR QUE FUE DE SU SIGLO,
Y FIRMEMENTE COMPROMETIDOS
CON LA LIBERTAD DE CONCIENCIA
SEGÚN LOS VERDADEROS PRINCIPIOS DE
LA REFORMA Y EL EVANGELIO,
HEMOS ERIGIDO ESTE MONUMENTO EXPIATORIO
27 OCTUBRE DE 1903


Por una parte siempre es bien recibida la noble aptitud de reconocer errores históricos, y en España deberíamos tomar buen ejemplo de ello. Pero no deja de parecernos una hipocresía, tratar de camuflar el vergonzoso hecho suavizándolo como “error de su siglo”, porque, en nuestro entendimiento, en aquellos tiempos unos mataban y otros morían, o sea, como siempre.
En 1936 Stefan Zweig escribió un libro bajo el título Castellio contra Calvino; Castellio era un clérigo protestante que había intentado publicar un trabajo a favor de la libertad de pensamiento y contra el fanatismo de Calvino, y en su boca, el autor pone la siguiente frase:

"Matar a un hombre no será nunca defender una doctrina, será siempre matar a un hombre."
Miguel Servet