viernes, 30 de octubre de 2015

Tony Barker


Tony:

You loved plants and birds, you loved people, you loved Spain
and people coming from Spain. You loved life.
For all this, we loved you
We will keep you in our heart forever

 

You can mourn because he passed away
or you can smile because he lived
You can close your eyes and pray to return
or you can open them and see everything he left.
Or your heart can feel empty because you cannot see him,
or you may be filled with the love that you shared.
You can mourn, close the mind,
feeling empty or turn away,
or you can do what he would like:
smile, open your eyes, love and go.

(Written on a headstone at the gate of Lugo cemetery)

jueves, 29 de octubre de 2015

Punto de equilibrio


Leyendo ayer un artículo del suplemento Ideas de El País sobre las amenazas encubiertas que conlleva el feroz despliegue de la digitalización y su utilización desmedida, no puedo por menos de sintonizar con la mayoría de los argumentos en el expuestos. La excesiva cantidad de información que se nos pone por delante y que, al principio se presentaba como la gran aportación de Internet y de las redes sociales, ahora, al cabo de poco más de dos décadas se empiezan a escuchar voces de alarma que nos alertan de potenciales riesgos y que empiezan a sonar como clarividentes.
Y es que no todo el monte es orégano, al decir de los castizos. Resulta que nos damos cuenta de que esa inmensa bola informativa que nadie dudaría en calificarla como constituyente de la gran revolución de nuestro tiempo, ahora nos vamos percatando de que nos pasa factura, de que nos da mucho pero que, a causa de su arrollador empuje, también nos quita mucho. Con palabras de Francisco Calvo Serraller: tanta acumulación de datos y tanta comunicación, ni me llevan a la sabiduría ni me hacen más feliz.
La explicación está en que este caudal incontenible y difícilmente eludible se está llevando por delante algunos de los más bellos soportes del ser humano, a saber: su capacidad de sorpresa, su derecho a aburrirse y su legítimo, íntimo diría yo, espacio para la reflexión.
De que nos vamos ya a sorprender. Para que forzar la imaginación intentando configurar como será el paisaje de las islas Kuriles, si lo tenemos a nuestro alcance en mil lugares de Internet.
No me gustan los tópicos, pero es cierto que ya no disponemos de tiempo para aburrirnos, porque siempre encontraremos al alcance un pequeño pero poderoso móvil donde consultar el cierre del Dow Jones o los resultados del mundial de rugby.
Al escribir estas líneas, me doy cuenta de que la segunda y la tercera observación están estrechamente ligadas pues, quizás, el aburrimiento sea la posible antesala del ejercicio de la imaginación y el hueco para que anide la necesaria meditación y consiguiente autocrítica.
Y si llegado el caso se nos presentara algún momento de relax, propició para la reflexión, esta probablemente no tendría lugar, porque no estamos preparados para ella. La reflexión es como una especie de musculatura que si no se ejercita, se entumece.
Esto es lo que se nos están llevando las tecnologías y su profanadora irrupción en nuestras vidas. Los tiempos son así pero como las vidas son nuestras y pretendemos que sigan siéndolo, tendremos que posicionarnos y buscar cada uno de nosotros, a nivel individual, el punto de equilibrio que nos convenga.

Confesión: estas líneas las venía escribiendo en mi tableta, en el avión que me traía de Paris.

Conclusión: esto de buscar el punto de equilibrio no parece que vaya a ser tarea fácil.


viernes, 2 de octubre de 2015

El silencio es oro


Admitimos que con el paso del tiempo vamos siendo más exigentes en cuanto al ruido ambiental que nos rodea y huimos como gato escaldado de los bullicios atronadores que van invadiendo este país, en todo lugar, ya sea privado o público. Y por esa misma razón buscamos los lugares donde se respeten unos niveles auditivos razonables y se cultive ese bien sacrosanto que es el silencio.
Y uno de estos santuarios es el monasterio gallego de Sobrado de los Monjes. Ya lo habíamos experimentado en anteriores visitas, pero ahora hemos degustado ese culto al silencio de los monjes cistercienses, silencio para nuestro castigado pabellón auricular, silencio que invita a la reflexión y a la espiritualidad.
Esta vez, ya en la misma portería, advertimos un cartelito que nos avisaba del ambiente que allí nos aguardaba:


Creo que el silencio es algo más que la ausencia de ruido o de palabras; es cuando el ser humano se libera de sus recuerdos, de sus emociones y hasta de sus ilusiones; entonces uno es el centro de uno mismo, y nos damos cuenta de todo lo superfluo que nos zumba como moscardón en torno a nuestras conciencias. 
Tras disfrutar de sus claustros, de los rezos de Vísperas con el recogimiento envidiable de los hermanos, y del silencio que está estampado en los muros de su iglesia, nos fuimos relajados y reconfortados. En la portería compramos un tarro de dulce de leche envasado por una "mano de santo" cisterciense. En casa lo destapamos, saboreamos el manjar y vimos que en la etiqueta estaba escrito: envasado al silencio


         y sonrío y me callo porque, en último extremo,
         uno tiene conciencia
        de la inutilidad de todas las palabras,

        (Ángel González)