jueves, 27 de octubre de 2016

Reivindicando la proximidad


En estos tiempos de consumismo, de caducidad pronta, de cambio continuo y de una temporalidad que no siempre genera felicidad, resulta difícil vivir sin los recursos que la filosofía nos aporta.
Ahora que estamos retirando esta asignatura de las aulas, para no restar tiempo "útil" al aprendizaje de tecnicismos, puede que empecemos a echar de menos el manto protector de la filosofía. Menos mal que, de vez en cuando, aflora en la prensa o en la literatura algún filósofo que se descuelga con reflexiones que nos parecen simples pero que pueden sacudir nuestros cimientos. Son, por lo general, personas que todavía viven de esta admirable disciplina y la practican, y se atreven a proponernos recetas sencillas que nos ayudan en nuestro atribulado discurrir cotidaneo. 
Este es el caso del profesor barcelonés J. Mª Esquirol, que en su reciente y premiado libro La resistencia íntima (El País, 26.10.2016), nos dice cosas como estas:

La casa no debe entenderse solo como una construcción arquitectónica, sino como amparo, protección, intimidad, una respuesta a esa intemperie en la que estamos; intemperie física pero también metafísica; esa falta de sentido a la vida.

Ahora que hemos perdido la confianza en lo duradero, en lo sustancial, y andamos dando palos de ciego en el día a día, para encontrar ese sentido a la vida lo cual puede ser una tarea ímproba. 

Lo íntimo equivale en mi caso a lo próximo, reivindico las cosas muy cercanas, las personas y los paisajes, cosas concretas, no abstracciones; toda la proximidad hace concreción. Todo en una sociedad que parece muy materialista, pero que está plenamente inmersa en la abstracción; por ello hablo también de abrazar; dar la mano o acariciar son gestos de una riqueza indiscutible; todo es supceptible de banalizarse, pero un buen abrazo no tiene sustituto.

Un buen abrazo es eso, un abrazote, y eso es lo que yo les doy a mis amigos cada dia que me comunico con ellos; algunos no me entienden y se sonrien, pero es mi forma de reivindicar la proximidad.
Igual ya no es tan necesario un viaje a Cancun o lo último de Armani, y lo podemos sustituir por un hogar acogedor, un buen libro de filosofía e ir repartiendo abrazotes a los amigos que se dejen.


miércoles, 12 de octubre de 2016

La Novena de Beethoven


Ahora me doy cuenta que toda mi vida ha estado influida por vivencias musicales, intermitentes, intensas, fluctuantes según los altibajos de ánimo de cada momento. Pero han sido siempre excelentes compañeras, que es lo que importa, y ahora soy capaz de revivir y volver a disfrutarlas porque, paradójicamente, pertenecen a un pasado que siempre está presente.
Y la primera de todas esas vivencias y que aún hoy perdura, fue cuando escuché la Novena de Beethoven. Calculo que yo andaría por los catorce años y me brotaron unas persistentes anginas que me obligaron a estar en cama varios días. Mi muy querida madrina Matil, como siempre solícita para complacerme, me preguntó que quería de regalo. No sé de donde me vino la referencia pero la dije que se acercara a la única pequeña tienda donde tenían algunos vinilos y me comprara un disco de la Novena. Ella fue y regresó con su pícara sonrisa y una inquietante pregunta sobre qué versión quería: ¿cantada o bailada?
Tras aquel fracaso inicial, por fin conseguí hacerme con una brillante versión de Karajan que era lo mejor que se podría encontrar por entonces. Aquel progreso lo completaron los Reyes Magos de 1954 con un flamante tocadiscos Dual que hizo mis delicias, a pesar de que mi madre introdujo el altavoz en la fregona, eso sí con dulzura, como la hacen todas las madres. Pero aquel altavoz sobrevivió y fue capaz de deleitarme repetidamente con los conciertos 1 y 2 de Chopin y otros vinilos que, lentamente, se fueron incorporando a mi modesta colección.
Con el paso del tiempo se han ido sucediendo el Nº 1 para piano de Brahms, la Missa Solemnis de Beethoven, cuyo Agnus Dei me hizo llorar, la Pasión según San Juan de Bach, la Flauta mágica y el Requiem mozartianos, la Creación de Haydn, los preludios de Chopin, incluido el de la Gota de Agua, y tantos otros.
Imposible enumerar todas aquellas composiciones que me han conmovido a lo largo de mi vida y declaro abiertamente mi gratitud a todos los que han contribuido a este bienestar musical. Puesto de honor ocupará siempre mi tia Conchi, gran intérprete pianística, cuyas notas desgranadas de Asturias de Albéniz todavía resuenan en mis oídos. Todo ello sin olvidarme de Matil que espoleó mis primeras inquietudes musicales, y de mi madre que puso a prueba la calidad de los altavoces Dual.
Pero con obligada cautela, puedo decir que la Novena de Beethoven, sigue ocupando puesto de honor, cronológicamente y emocionalmente. Me sigo extasiando con su 4º tiempo, estallido final de plenitud y confianza en el ser humano y, por detrás de la resonancia coral, me parece escuchar los versos de Schiller:

Buscadlo por encima de las estrellas
Allí debe estar su morada

PD. Comparto con vosotros mi última audición de la Novena, dirigida por Ricardo Muti y la Sinfónica de Chicago:



domingo, 9 de octubre de 2016

José y Elieta. Verano del 36


Husmeando en el altillo donde se guardan las ropas fuera de temporada, los artilugios ya pasados de moda y un montón de cosas inservibles, encontré hace unos días una caja de cartón con unas cartas antiguas envueltas en plástico, cruzadas entre mi tío José y su joven novia Elieta. Todas ellas en papel amarilleado por el tiempo y con tintas ya desvahidas, con una caligrafía muy de la época y, eso sí, todas con una cuidada redacción. Cuando las abrí y comencé a leerlas, me latía fuerte el pulso porque tenía la sensación de que estaba profanando un espacio sagrado que seguía siendo íntimo al cabo de tantos años.
Cuando sucedieron los hechos en el mes de julio de 1936, José apenas tenía veinticuatro años de edad y era teniente en el Regimiento Galicia nº 19 de guarnición en el Cuartel de la Victoria, en las afueras de la ciudad de Jaca. Elieta era la hija del coronel y no llegaba entonces a los veinte años. Y eran novios.
Al día siguiente de aquella infausta fecha del 18 de julio, José formaba parte de una patrulla que salió hacia la ciudad para proteger a los militares que pernoctaban aquella noche fuera del cuartel y en la mitad del trayecto, a la entrada, en una fábrica de harinas, fueron sorprendidos en una emboscada, muriendo los mandos y ocho soldados. 
En un tiempo menor que el de un relámpago, una bala atravesó la cabeza de José y en un tiempo menor que el de un relámpago, se frustraron todas sus ilusiones y se zarandeó con inusitada violencia la vida de la joven pareja.