Husmeando en el altillo donde se guardan
las ropas fuera de temporada, los artilugios ya pasados de moda y un montón de cosas
inservibles, encontré hace unos días una caja de cartón con unas cartas antiguas envueltas en plástico, cruzadas
entre mi tío José y su joven novia Elieta. Todas ellas en papel amarilleado
por el tiempo y con tintas ya desvahidas, con una caligrafía muy de la época y,
eso sí, todas con una cuidada redacción. Cuando las abrí y comencé a leerlas,
me latía fuerte el pulso porque tenía la sensación de que estaba profanando un
espacio sagrado que seguía siendo íntimo al cabo de tantos años.
Cuando sucedieron los hechos en el mes de
julio de 1936, José apenas tenía veinticuatro años de edad y era teniente en el Regimiento Galicia nº 19 de guarnición en
el Cuartel de la Victoria, en las afueras de la ciudad de Jaca. Elieta era la
hija del coronel y no llegaba entonces a los veinte años. Y eran novios.
Al día siguiente de aquella infausta fecha del 18
de julio, José formaba parte de una patrulla que salió hacia la
ciudad para proteger a los militares que pernoctaban aquella noche fuera del cuartel y en la mitad del
trayecto, a la entrada, en una fábrica de harinas, fueron
sorprendidos en una emboscada, muriendo los mandos y ocho soldados.
En un
tiempo menor que el de un relámpago, una bala atravesó la cabeza de José y en
un tiempo menor que el de un relámpago, se frustraron todas sus ilusiones y se
zarandeó con inusitada violencia la vida de la joven pareja.
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