sábado, 15 de julio de 2017

Nacionalismo



Empiezo por decir que siempre he sido precavido ante la sospecha de que el nacionalismo puede convertirse fácilmente en exclusivista y peligroso cuando se traspasan ciertos confines, quizás algo desdibujados, pues desde el saludable amor a nuestras raíces, costumbres y folclore, uno se puede deslizar inadvertidamente hasta el fanatismo ciego de no creer que haya otros mundos fuera del nuestro.
Hace ya muchos años que Stefan Zweig escribía en su Castellio contra Calvino que el nacionalismo es una peste y esto puede sonar duro pero, ahora, desgraciadamente, la lectura de las páginas de actualidad política, nos están convenciendo de que el escritor vienés tenía toda la razón y las dos guerras mundiales lo demostraron hasta la saciedad. Pienso que el prólogo de la citada obra debería ser de lectura obligada para todos los políticos actuales.
Cuando la clase política dominante, desbordada por su ansia de poder inmediato, deja de argumentar con objetividad y, sobre todo, no mira a un futuro más o menos próximo, quizás el de sus hijos o el de sus nietos, entonces es cuando se ve la cara pestilente de un nacionalismo montaraz. Es cuando se cierran los ojos ante las fracturas que se están generando en la sociedad catalana y, por extensión, en la española restante. Y si esa separación brutal y antinatural culminara, entonces las grietas y los recelos inevitablemente se multiplicarían. Eso sin mencionar las consecuencias económicas que todos padeceríamos.
Porque de economía también hay que hablar, pues se intuye que este separatismo feroz viene impulsado en sus orígenes por la idea de que el hermano rico no tiene porqué mantener y soportar al hermano pobre. Ese es, probablemente, el fondo de la cuestión. Las supuestas características diferenciales y culturales, por rebuscadas, no pasan de ser escusas complementarias. 
También echo de menos a algún político de talla intelectual que vaya a Cataluña y les explique a los catalanes que los queremos dentro de España, que históricamente llevamos mucho recorrido juntos y que, incluso, los necesitamos. Pero no veo, por ahora, nadie que pueda tener ese nivel, esa generosidad y esa amplitud de miras.
Vivimos, inequívocamente, tiempos de cooperación, unión y agrupación, no solo ya en España sino en Europa, porque por ahí fuera hay muchos depredadores que están esperando devorar a los pequeños, uno a uno. 
Citamos, nuevamente, a Sweig, sin discusión, uno de los apóstoles significados en la lucha contra la intolerancia, el fanatismo y los nacionalismos. En 1942, afirmaba en su autobiografía El mundo de ayer:
¡Qué absurdas aquellas fronteras cuando un avión las puede superar fácilmente! ¡Qué contradicción con el espíritu de los tiempos que ansía a ojos vistas unión y fraternidad universales!
Aunque algunos puedan pensar que estas llamadas llegan tarde, algo habrá que hacer antes de que se produzca el descalabro, y ello sería bueno, venga de donde venga.

Carta al Director de La Vanguardia, 15/7/17