lunes, 25 de marzo de 2019

Amo el silencio


Y cada día más. Creo que estamos perdiendo el gusto por el silencio, que nos estamos dejando invadir un espacio que debería ser sagrado, y ¿quienes son los presuntos invasores? Yo diría que las prisas, la ambición, el ruido ambiental y la excesiva cantidad de información son los principales intrusos de un espacio que debería ser nuestro, solo. Y añadiría, igualmente, la mediocridad que todo lo relativiza y lo iguala por abajo.
No es la única pero la generalizada y abusiva digitalización que padecemos ataca el silencio, anula el tacto, el olor y desnaturaliza los colores. Se adueña de casi todo lo que nos rodea, de manera que los humanos quedamos aislados, indefensos y desprovistos de todo aquello que forma parte de nuestra esencia y de nuestra intimidad. 
Todos ellos son enemigos declarados del agua remansada o en movimiento, del viento, de la nieve, de los colores y de los sonidos de la naturaleza. 
Intentemos defender a ultranza nuestro particular "sancta sanctorum" con silencios que nos favorezcan la necesaria serenidad de ánimo, al tiempo que fomenten nuestra sensibilidad.

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Séneca de María Zambrano



 Me preguntan cual es el libro que mas ha influido en mi vida y por qué. Y no he dudado, pues, de inmediato, he recordado este título que sigue estando vivo en mi, yo diría dentro de mí, muchos años después de su descubrimiento.
Por entonces, ya había leído La epístolas de Lucilio y otras cosas del autor cordobés que me sedujeron bien pronto, hasta convertirlas en esa categoría especial que es el libro de mesilla de noche. Pero confieso que el empujón final de aquel enamoramiento me lo dio este librito de pequeño formato, en el que parece imposible que puedan caber tantos certeros pensamientos, con tanta poesía y con tal riqueza de expresión. 
Y es que María Zambrano nos acerca a Séneca, de manera increíblemente sugerente y cautivadora. Es cierto que el atractivo de este pensador lo merece. Hombre que pretendió ser un apoyo para el atribulado ser humano, sujeto a las arbitrariedades del poder romano, en un tiempo en el que se habían ya casi olvidado las razones puras platónicas y aristotélicas y aún no se conocían las razones religiosas de la fe cristiana. Era una etapa de transición de la que se adueñaba un vacío causante de general desánimo.
Por eso, Séneca tuvo la gran virtud de descender al nivel de las gentes y ayudarlas en su desvalimiento, consolándolas con la propuesta de la gran virtud estoica: la resignación. Que no era todavía la cristiana, sino soportada solamente por la razón.
Como consecuencia de esta lectura, años después escribí un ensayo sobre mensajes cristianos que se contienen, yo diría que andan dispersos, entre las Epístolas senequistas. Ensayo que no pudo ser más reconfortante, pues tranquiliza comprobar que razón y fe no siempre andan dispares.
Repite Zambrano con insistencia, que el Séneca filósofo fue como un padre, quizás con mayúsculas, un gran ayudador que consolaba a las gentes con palabras a su alcance. Palabras que, por cierto, influyeron sensiblemente en los escritos de la mística, de Molinos, San Ignacio, Quevedo, Unamuno y de otros muchos. 
Y todo esto no es trivial. Es un gran equipaje de compañía, inseparable en los momentos difíciles. A mi me ayudó y me sigue ayudando y, lo que es más importante, creo que sigue generando una ósmosis benefactora en mis pautas de comportamiento.
¿Se puede pedir más a un librito tan pequeño?