miércoles, 12 de octubre de 2016

La Novena de Beethoven


Ahora me doy cuenta que toda mi vida ha estado influida por vivencias musicales, intermitentes, intensas, fluctuantes según los altibajos de ánimo de cada momento. Pero han sido siempre excelentes compañeras, que es lo que importa, y ahora soy capaz de revivir y volver a disfrutarlas porque, paradójicamente, pertenecen a un pasado que siempre está presente.
Y la primera de todas esas vivencias y que aún hoy perdura, fue cuando escuché la Novena de Beethoven. Calculo que yo andaría por los catorce años y me brotaron unas persistentes anginas que me obligaron a estar en cama varios días. Mi muy querida madrina Matil, como siempre solícita para complacerme, me preguntó que quería de regalo. No sé de donde me vino la referencia pero la dije que se acercara a la única pequeña tienda donde tenían algunos vinilos y me comprara un disco de la Novena. Ella fue y regresó con su pícara sonrisa y una inquietante pregunta sobre qué versión quería: ¿cantada o bailada?
Tras aquel fracaso inicial, por fin conseguí hacerme con una brillante versión de Karajan que era lo mejor que se podría encontrar por entonces. Aquel progreso lo completaron los Reyes Magos de 1954 con un flamante tocadiscos Dual que hizo mis delicias, a pesar de que mi madre introdujo el altavoz en la fregona, eso sí con dulzura, como la hacen todas las madres. Pero aquel altavoz sobrevivió y fue capaz de deleitarme repetidamente con los conciertos 1 y 2 de Chopin y otros vinilos que, lentamente, se fueron incorporando a mi modesta colección.
Con el paso del tiempo se han ido sucediendo el Nº 1 para piano de Brahms, la Missa Solemnis de Beethoven, cuyo Agnus Dei me hizo llorar, la Pasión según San Juan de Bach, la Flauta mágica y el Requiem mozartianos, la Creación de Haydn, los preludios de Chopin, incluido el de la Gota de Agua, y tantos otros.
Imposible enumerar todas aquellas composiciones que me han conmovido a lo largo de mi vida y declaro abiertamente mi gratitud a todos los que han contribuido a este bienestar musical. Puesto de honor ocupará siempre mi tia Conchi, gran intérprete pianística, cuyas notas desgranadas de Asturias de Albéniz todavía resuenan en mis oídos. Todo ello sin olvidarme de Matil que espoleó mis primeras inquietudes musicales, y de mi madre que puso a prueba la calidad de los altavoces Dual.
Pero con obligada cautela, puedo decir que la Novena de Beethoven, sigue ocupando puesto de honor, cronológicamente y emocionalmente. Me sigo extasiando con su 4º tiempo, estallido final de plenitud y confianza en el ser humano y, por detrás de la resonancia coral, me parece escuchar los versos de Schiller:

Buscadlo por encima de las estrellas
Allí debe estar su morada

PD. Comparto con vosotros mi última audición de la Novena, dirigida por Ricardo Muti y la Sinfónica de Chicago: