jueves, 29 de octubre de 2015

Punto de equilibrio


Leyendo ayer un artículo del suplemento Ideas de El País sobre las amenazas encubiertas que conlleva el feroz despliegue de la digitalización y su utilización desmedida, no puedo por menos de sintonizar con la mayoría de los argumentos en el expuestos. La excesiva cantidad de información que se nos pone por delante y que, al principio se presentaba como la gran aportación de Internet y de las redes sociales, ahora, al cabo de poco más de dos décadas se empiezan a escuchar voces de alarma que nos alertan de potenciales riesgos y que empiezan a sonar como clarividentes.
Y es que no todo el monte es orégano, al decir de los castizos. Resulta que nos damos cuenta de que esa inmensa bola informativa que nadie dudaría en calificarla como constituyente de la gran revolución de nuestro tiempo, ahora nos vamos percatando de que nos pasa factura, de que nos da mucho pero que, a causa de su arrollador empuje, también nos quita mucho. Con palabras de Francisco Calvo Serraller: tanta acumulación de datos y tanta comunicación, ni me llevan a la sabiduría ni me hacen más feliz.
La explicación está en que este caudal incontenible y difícilmente eludible se está llevando por delante algunos de los más bellos soportes del ser humano, a saber: su capacidad de sorpresa, su derecho a aburrirse y su legítimo, íntimo diría yo, espacio para la reflexión.
De que nos vamos ya a sorprender. Para que forzar la imaginación intentando configurar como será el paisaje de las islas Kuriles, si lo tenemos a nuestro alcance en mil lugares de Internet.
No me gustan los tópicos, pero es cierto que ya no disponemos de tiempo para aburrirnos, porque siempre encontraremos al alcance un pequeño pero poderoso móvil donde consultar el cierre del Dow Jones o los resultados del mundial de rugby.
Al escribir estas líneas, me doy cuenta de que la segunda y la tercera observación están estrechamente ligadas pues, quizás, el aburrimiento sea la posible antesala del ejercicio de la imaginación y el hueco para que anide la necesaria meditación y consiguiente autocrítica.
Y si llegado el caso se nos presentara algún momento de relax, propició para la reflexión, esta probablemente no tendría lugar, porque no estamos preparados para ella. La reflexión es como una especie de musculatura que si no se ejercita, se entumece.
Esto es lo que se nos están llevando las tecnologías y su profanadora irrupción en nuestras vidas. Los tiempos son así pero como las vidas son nuestras y pretendemos que sigan siéndolo, tendremos que posicionarnos y buscar cada uno de nosotros, a nivel individual, el punto de equilibrio que nos convenga.

Confesión: estas líneas las venía escribiendo en mi tableta, en el avión que me traía de Paris.

Conclusión: esto de buscar el punto de equilibrio no parece que vaya a ser tarea fácil.


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