Leyendo ayer un
artículo del suplemento Ideas de El
País sobre las amenazas encubiertas que conlleva el feroz despliegue de la
digitalización y su utilización desmedida, no puedo por menos de sintonizar con
la mayoría de los argumentos en el expuestos. La excesiva cantidad de
información que se nos pone por delante y que, al principio se presentaba como
la gran aportación de Internet y de las redes sociales, ahora, al cabo de poco
más de dos décadas se empiezan a escuchar voces de alarma que nos alertan de
potenciales riesgos y que empiezan a sonar como clarividentes.
Y es que no todo
el monte es orégano, al decir de los castizos. Resulta que nos damos cuenta de
que esa inmensa bola informativa que nadie dudaría en calificarla como
constituyente de la gran revolución de nuestro tiempo, ahora nos vamos
percatando de que nos pasa factura, de que nos da mucho pero que, a causa de su
arrollador empuje, también nos quita mucho. Con palabras de Francisco Calvo
Serraller: tanta acumulación de datos y
tanta comunicación, ni me llevan a la sabiduría ni me hacen más feliz.
La explicación
está en que este caudal incontenible y difícilmente eludible se está llevando
por delante algunos de los más bellos soportes del ser humano, a saber: su
capacidad de sorpresa, su derecho a aburrirse y su legítimo, íntimo diría yo,
espacio para la reflexión.
De que nos vamos
ya a sorprender. Para que forzar la imaginación intentando configurar como será
el paisaje de las islas Kuriles, si lo tenemos a nuestro alcance en mil lugares
de Internet.
No me gustan los
tópicos, pero es cierto que ya no disponemos de tiempo para aburrirnos, porque
siempre encontraremos al alcance un pequeño pero poderoso móvil donde consultar
el cierre del Dow Jones o los resultados del mundial de rugby.
Al escribir estas
líneas, me doy cuenta de que la segunda y la tercera observación están estrechamente
ligadas pues, quizás, el aburrimiento sea la posible antesala del ejercicio de
la imaginación y el hueco para que anide la necesaria meditación y consiguiente
autocrítica.
Y si llegado el
caso se nos presentara algún momento de relax, propició para la reflexión, esta
probablemente no tendría lugar, porque no estamos preparados para ella. La
reflexión es como una especie de musculatura que si no se ejercita, se
entumece.
Esto es lo que se
nos están llevando las tecnologías y su profanadora irrupción en nuestras
vidas. Los tiempos son así pero como las vidas son nuestras y pretendemos que
sigan siéndolo, tendremos que posicionarnos y buscar cada uno de nosotros, a
nivel individual, el punto de equilibrio que nos convenga.
Confesión: estas
líneas las venía escribiendo en mi tableta, en el avión que me traía de Paris.
Conclusión: esto
de buscar el punto de equilibrio no parece que vaya a ser tarea fácil.
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