martes, 18 de abril de 2017

Francisca Sánchez

Las historias bonitas que pasan por nuestras vidas, no se si serán muchas, pero sean las que sean hay que atraparlas y disfrutarlas. Y, quizás con su ayuda, mejorar el balance de ese pulso interior, ese forcejeo que todos sostenemos entre delicadeza y barbarie.
Hace ya años frecuentábamos durante las estancias veraniegas una pequeña aldea de Gredos llamada San Martín del Pimpollar. Un día, uno de los vecinos me dijo que, en otra aldea cercana, de nombre Navalsauz, vivían todavía algunos descendientes de un cierto afamado poeta. Me acerqué al lugar pero no obtuve ninguna información, así que pensé que había sido blanco de una pequeña chanza.
Pues bien, ahora después de mucho tiempo, veo una conmovedora película La princesa Paca y en ella se relata como una mujer natural de aquel pueblo, de nombre Francisca Sánchez, se convirtió en el amor de la vida, en la compañera inseparable de Rubén Dario y con ella tuvo tres hijos, uno de los cuales volvió por Navalsauz. 
A pesar de que procedían de estratos sociales muy distantes, él la enseño a leer y ella fue su compañera inseparable. Esta es, sin duda, una historia bonita y por ello la he atrapado y os la cuento.
Este fue el último poema que Rubén Darío dedicó a Francisca: 

          Ajena al dolo y al sentir artero, 
          llena de la ilusión que da la fe,
          lazarillo de Dios en mi sendero,
          Francisca Sánchez, acompáñame...

          En mi pensar de duelo y de martirio
          casi inconsciente me pusiste miel,
          multiplicaste pétalos de lirio
          y refrescaste la hoja de laurel.

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