martes, 8 de agosto de 2017

Mi pueblo



Hoy, 10 de agosto de 2017, fiesta de San Lorenzo, es un buen día para escribir este apunte. 
Como dice Josep Pla en Un viaje frustrado, "cuesta mucho desprenderse de los prejuicios localistas". Pero en mi caso no quisiera caer en ese peligro, porque mi amor por San Lorenzo es un amor razonado, sin excesiva dosis de nostalgia.
Yo me confieso amante de mi pueblo. Y con orgullo me declaro gurriato, porque es el lugar de mis primeros años, el lugar donde recibí mis primeras lecciones y donde experimenté mis primeras sensaciones.
Los recuerdos de los paisajes de la infancia son casi imborrables. En realidad, son ilusiones. Luego se sucederán millones de paisajes, más atropellados, de los cuales unos irán empujando a otros y, al final, todos se van desvaneciendo. Sin embargo, los de la infancia están siempre ahí, imperecederos porque forman parte de nosotros mismos. Stefan Zweig, cuenta en El mundo de ayer, que

      Durante nuestra infancia, lo que hemos tomado de la atmósfera de la época y hemos incorporado a nuestra sangre, perdura ya en nosotros y no se puede eliminar.

Pero en mi caso particular, pongo en duda que yo sea acreedor de mérito alguno, viviendo donde he vivido y vivo. Por un lado, a través de mis ventanas penetran cada día el omnipresente cimborrio y las torres monasteriales, en constante mutación de luz y color, según la hora, el día o la estación del año. Por otro lado, tengo siempre cercanos el paisaje del bosque de La Herrería y del pinar de Abantos.
Y fueron mis mayores los que me inculcaran el amor por todo esto. Ya desde mi infancia, mi madrina Matil me contaba algunos entresijos del monasterio y mi padre me llevaba, jadeando, hasta el arca del Helechar y, en verano, a bañarme en la gélida charca de Los Llanillos. Ahora es cuando me doy cuenta de lo importante que son para mi los recuerdos de aquella infancia escurialense.
Después, empecé a bucear en la historia del monasterio y pronto descubrí algo que hoy es bien conocido: Felipe II no era el tan cacareado “demonio del Mediodía” ni había asesinado a su propio hijo, sino que fue humano, familiar y hasta un buen humanista y un gran amante de la cultura y de la naturaleza. Y yo, poco a poco, fui apasionándome por la rica y fascinante simbología encerrada entre los muros escurialenses.
Historia y paisaje, esas han sido y siguen siendo mis dos primeras inclinaciones. La historia, que es, ante todo, rigor, y el paisaje que es el deleite ante la belleza.
Y por todo esto, que es mucho, estaré siempre agradecido a este pueblo de San Lorenzo de El Escorial.

No hay comentarios: