Y como si fuera una jugarreta del destino, después de una vida plena de encuentros y de vivencias compartidas, no nos hemos despedido, P. Gonzalo.
Y parece así, que la pérdida fuese todavía más dolorosa al no quedarme el recuerdo de un último adiós.
Aunque lo presagiábamos, te nos has ido a traición y te has llevado un buen trozo de nuestras vidas; te has llevado muchos momentos familiares, muchos proyectos comunes, muchas charlas sobre lo divino y lo humano.
Ahora, con el legado de ejemplaridad que nos dejas, seguiremos viviendo, algo más huérfanos que antes, pero viviremos cuidando tu recuerdo día a día. Yo me he quedado muchas cosas tuyas de las que sólo voy a declarar ahora dos: tu sempiterna sonrisa, emblema de un buen carácter, y la resignación de que has hecho gala ante las últimas adversidades. Ahora, a la vista de tu proceder, creo, aún más, en la resignación cristiana.
En el amanecer frío de esta ciudad, rezo por ti, siendo consciente de que no lo necesitas, pero es como un desahogo, como una lamentación, como una llamada sin respuesta. Y hasta oigo tu lejana voz desde un lugar donde reina el bien, la justicia y el silencio, todo aquello que tu añorabas.
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