miércoles, 2 de julio de 2014

Meditaciones de Marco Aurelio

No es necesario que os recuerde a este Emperador romano ni a su famoso libro  Meditaciones, de sobra conocidos. De Marco Aurelio nos ha llegado una de las obras más edificantes, a la vez que tiernas, que haya sido escritas por la especie humana: las Meditaciones. Ello se debe a que, caso extraño y casi único, además de gobernante fue un relevante filósofo estoico.

También nos ha quedado como recuerdo suyo la imponente estatua de bronce cuya copia  esta en el centro del Capitolino romano y cuyo original se exhibe en el museo Capitolino. Es la imagen de un guerrero sin armas, que tiende la mano y transmite la paz, justamente el fiel reflejo de lo que fue la vida de Marco Aurelio.


Es cierto que si contrastamos las trayectorias de las vidas de los filósofos estoicos con los mensajes de sus escritos, podemos detectar algunas contradicciones. Los pensadores no siempre pusieron en la práctica los consejos contenidos en sus obras. Este es el caso, pues el Emperador dedicó una buena parte de sus esfuerzos a las guerras del Imperio, a la par que fue perseguidor de los cristianos. Era el espejo de la lucha interior entre sus deberes como gobernante y su vocación como filósofo amante de la convivencia pacífica. Algo parecido con lo que había sucedido años antes con otro estoico, Séneca, en el que el espíritu de sus postreros escritos moralizantes no siempre había regido los dictados de su vida.

No es muy necesario que os anime a la lectura de las Meditaciones, pues si comenzáis pronto descubriréis su hechizo. Como un pequeño empujón, me he permitido entresacar tres cortos párrafos, lo cual me ha resultado muy difícil: 

   Venera la facultad intelectiva. En ella radica todo, para que no se halle jamás en tu guía
   interior una opinión inconsecuente con la naturaleza y con la disposición del ser racional.
   Esta, en efecto, garantiza la ausencia de precipitación, la familiaridad con los hombres y
   la conformidad con los dioses

   Pues hemos nacido para colaborar, al igual que los pies, las manos, los párpados, las           hileras de dientes, superiores e inferiores. Obrar, pues, como adversarios los unos de los       otros es contrario a la naturaleza.

   A los que preguntan: «¿Dónde has visto a los dioses, o de dónde has llegado a la
   conclusión de que existen, para venerarlos así?». En primer lugar, son visibles a nuestros
   ojos. Y luego, tampoco yo he visto alma y, sin embargo, la honro; así también respecto
   a los dioses, por las mismas razones que compruebo su poder repetidas veces, por éstas
   constato que existen y los respeto.


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