En
nuestro bucear por los vericuetos de la historia, confesamos cierta
predilección por aquellas biografías que, lejos de ofrecernos referencias
concretas, están plenas de lagunas y rodeadas de un cierto halo misterioso que deja
un pequeño margen a la imaginación y a la especulación. Somos conscientes, eso
sí, de que inventiva y rigor histórico se contraponen pero, aún así, disfrutamos
desgranando una silueta en la que ficción y realidad se entremezclan
constantemente.
Y
esa tentación es la que hemos sentido ante la figura de Juanelo Turriano, desde
que hace ya algunos años descubrimos un retrato suyo casi perdido en uno de los
claustros del monasterio de San Lorenzo de El Escorial.
Retrato
que ha sido posteriormente restaurado pero que, aún así, es de pobre calidad y apenas
nos deja percibir un rostro escasamente seductor con gesto hosco y distante.
Retrato de Juanelo en un claustro del monasterio
De origen humilde, no obstante disfrutó de una
buena formación en Matemáticas y Astronomía,
aunque su inicial fama le llegó, principalmente, como relojero. Las escasas noticias que se
tienen de los trabajos de Juanelo en su
juventud revelan ya su pericia para la construcción de sofisticados relojes y
toda suerte de maquinarias ingeniosas.
Su fama llegó a oídos de un gran apasionado de estos temas, el emperador
Carlos V, al que conoció durante su estancia en Bolonia con motivo de su
coronación en 1530 (tan sólo tres años después del saco de Roma). Fue entonces
cuando se comprometió a restaurar el famoso astrario de Guiovanni Dondi, que
sería ofrecido como presente de la ciudad al emperador con motivo de aquel
acontecimiento.
Los obstáculos para la restauración fueron grandes y, a cambio, Juanelo se
comprometió a construir y mantener en funcionamiento dos nuevos relojes que
pronto alcanzarían celebridad: el Grande
y el Cristalino. Tan famosos como
misteriosos pues ambos se perdieron y no nos han llegado de ellos sino
fabulaciones y fantasiosas descripciones que no paran de aumentar su aureola. Sin
embargo, la precisión de aquellos astrarios estaba todavía condicionada al
mundo de Ptolomeo, ajeno al inminente giro copernicano.
Tal sorprendente mezcla de habilidades le llevó hasta la misma corte del emperador
en 1554, al cual acompañó en los dos años últimos de su estancia en Yuste, hasta su
fallecimiento en 1558. Después, su
hijo Felipe II, le mantuvo como relojero, siendo nombrado Matemático Mayor y obligándosele
a residir en la corte, ya fuera en Madrid o en Toledo, como criado del rey. De un rey que no había heredado de su padre la
afición a la relojería, pero sí mostraba interés por la construcción de grandes
obras de ingeniería, especialmente hidráulicas.
Por todo ello, Juanelo asesoró en la construcción de la presa de Colmenar de
Oreja, en el azud de la Acequia Real del Jarama o en la presa alicantina de
Tibi y puede que en estos trabajos empezase a tener contacto con Juan de
Herrera con el que luego trabaría estrecha amistad.
Sin embargo, su popularidad le llegó tras la ejecución de un ambicioso proyecto que ya entonces fue considerado casi como quimérico: la subida del agua desde el Tajo al Alcázar de Toledo para el consumo de la población que, hasta ese momento, se efectuaba por procedimientos ancestrales. Cuestión esta de tal entidad que bastaba para condicionar las aspiraciones de la ciudad a la capitalidad de la nación.
En un país de larga tradición en ingenios hidráulicos romanos y árabes,
subir 12000 litros de agua los 90 metros de desnivel que separaban el rio Tajo
del Alcázar toledano, constituía un auténtico desafío, sobre todo considerando
que Juanelo era ya sexagenario cuando abordó este arriesgado reto.
En 1.565, se firmó un contrato con el
rey y la ciudad de Toledo, que se cumplió
con creces, construyendo en sólo tres años el ingenio, que arrancó a funcionar cuatro años después.
El éxito fue completo y en ese mismo año se decidió hacer un segunda replica,
adosada a la anterior. Pero ya desde el principió se advirtió la fragilidad de la
maquinaria, en su mayor parte construida en madera.
Juanelo, que había corrido con los gastos de la
construcción y no había recibido ningún dinero, quedó arruinado. Ya cansado y
enfermo, envió al rey repetidas reclamaciones que nunca fueron atendidas.
Su
relación con El Escorial es también confusa. Sabemos que colaboró en la conclusión de un reloj
destinado a una de las torres del monasterio, asesorando acerca de la relación
entre el tono musical de las campanas de la basílica y su tamaño y peso.
Y suponemos que, dada su amistad con Herrera, le ayudaría en el diseño de algunas de las innovadoras máquinas que trabajaron en la construcción del edificio.
En
1579 fue consultado para la reforma del
calendario Juliano hasta transformarlo en el Gregoriano, vigente hasta nuestros
días. El calendario se iba desfasando respecto al tiempo astronómico y se hacía
necesario un ajuste.
Murió
en su casa de Toledo el 13 de junio de
1585, indigente y acusado por la inquisición. Fue enterrado de caridad,
sin ningún honor ni acompañamiento, en la iglesia del desaparecido convento del Carmen, muy cerca de donde había
construido su ingenio.
A
sus admirados relojes y a sus sorprendentes autómatas se los tragó la noche de
los tiempos. Del ingenio hidráulico que fue universalmente reconocido en sus
días de funcionamiento, hoy apenas se intuyen sus restos. Los documentos y
planos desaparecieron por completo. Tan sólo El Greco nos quiso dejar un
testimonio de su genialidad en un lienzo en el que, entre desconcertantes
pinceladas tenebrosas, se destaca la silueta del ingenio de Juanelo.
Espero que, tras este
breve apunte, compartáis conmigo la seducción que tan enigmático personaje ejerce sobre todos los que nos gusta la historia, especialmente en los casos en los que todavía existen incógnitas por despejar.
No hay comentarios:
Publicar un comentario